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Tres fechas - Gustavo Adolfo Bécquer

Hay en Toledo una calle estrecha, torcida y oscura, que guarda tan fielmente la huella de las cien generaciones que en ella han habitado; que habla con tanta elocuencia a los ojos del artista, y le revela tantos secretos puntos de afinidad entre las ideas y las costumbres de cada siglo, con la forma y el carácter especial impreso en sus obras más insignificantes, que yo cerraría sus entradas con una barrera, y pondría sobre la barrera un tarjetón con este letrero:

“En nombre de los poetas y de los artistas, en nombre de los que sueñan y de los que estudian, se prohíbe a la civilización que toque a uno solo de estos ladrillos con su mano demoledora y prosaica.”


Cuando por primera vez fuí a Toledo, mientras me ocupé de sacar algunos apuntes de San Juan de los Reyes, tenía precisión de atravesarla todas las tardes para dirigirme al convento desde la posada con honores de fonda en que me había hospedado.

Casi siempre la atravesaba de un extremo a otro, sin encontrar en ella a una sola persona, sin que turbase su profundo silencio otro ruido que el ruido de mis pasos. Algunas veces me parecía cruzar por en medio de una ciudad desierta, abandonada por sus habitantes desde una época remota.

Una tarde, sin embargo, al pasar frente a un caserón antiquísimo y oscuro, me fijé casualmente en una de las ventanas. Ya de por sí era digna de llamar la atención por su caracter, pero lo que más poderosamente contribuyó a que me fijase en ella, fue notar que al mirarla, las cortinillas de tela ligera y transparente se habían levantado un momento para volver a caer, ocultando a mis ojos la persona que sin duda me miraba en aquel instante.

Detalles de Toledo (IV): Los Reyes del Palacio Real

Toledo es una ciudad que no necesita adornos adicionales. Le sobran detalles. Quizás por eso no ha sido frecuente en la historia de esta ciudad la realización de esculturas destinadas a ser expuestas en las plazas y calles del casco histórico.

La escultura ha sido tradicionalmente, desde el comienzo de la civilización, un medio visual para contar la historia de una manera entendible a la gente de bajo nivel cultural. Desde la civilización mesopotámica hasta el antiguo Egipto, el poder de un rey o un dios se medía por la grandeza de sus estatuas. Ya en el mundo griego y romano entra en una etapa más artística y decorativa. Más tarde será la iglesia católica la que continuará la devoción a esculturas de Cristos, Vírgenes y santos como medio de hacer llegar la religión al pueblo en su mayoría analfabeto. Este mismo espíritu de devoción a las estatuas por parte del pueblo es el medio que han usado los reyes, junto con la pintura, para que su imagen de grandiosidad perdure en el tiempo y sea venerada.

Un rey en España llevó esta máxima al extremo, rindiendo homenaje a todos los reyes anteriores a él que en algún momento reinaron alguno de los territorios de la corona en la Península Ibérica o en América, eso sí, salvo alguna excepción, cristianos. Se trata del rey Fernando VI.

Bajo el reinado de Felipe V, el antiguo alcázar madrileño sufre un desafortunado incendio el día de Nochebuena del 1734 que se prolonga por cuatro días, reduciendo a cenizas el palacio histórico que tras sucesivas reformas se había convertido en la sede de la corte española. El palacio no era del agrado de Felipe V, por lo que tras el incendio se proyecta el nuevo palacio de acuerdo a la corriente y moda de la época, que dan como resultado el actual Palacio Real de Madrid, y cuyas obras se alargaron por casi veintisiete años.

Con su hijo Fernando VI se acuerda la decoración de las fachadas según proyecto de fray Martín Sarmiento. El proyecto contempla el remate de los pedestales de la cornisa del palacio con las mencionadas estatuas, desde el primer rey visigodo, Ataulfo, hasta sí mismo, incluyendo a los reyes, y algunas reinas, visigodos, castellanos, aragoneses, navarros, astures, leoneses,…

En total, más de cien esculturas que  emplearon a casi todos los escultores del Madrid de aquella época, realizadas en piedra caliza procedente de Colmenar (Madrid), que fueron colocándose según se iban produciendo. Sin embargo, con la llegada del nuevo monarca desde Nápoles, Carlos III, se ordena la retirada de las estatuas y su sustitución por jarrones de piedra, confinándolas en uno de los sótanos del palacio.

La relación de estas estatuas con Toledo comienza con D. Antonio Ponz (1725-1792), un hombre ilustrado de la época con amplios conocimientos humanísticos y artísticos, que llegó a ser elegido académico de la Historia en 1773, y Secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1776. Fue famoso por documentar sus numerosos viajes por España en “Viage de España” (17 tomos)  y por Europa, donde documenta las obras artísticas y monumentos que va visitando por las diferentes ciudades y pueblos.

En tiempo coincide con otro ilustrado muy relevante en la historia de la ciudad, como es el Cardenal Lorenzana (1722-1804), quien tras asumir la archidiócesis de Toledo (1772), trata de devolver algo de grandeza a una decadente y postrada económicamente ciudad imperial. Obras suyas son la creación de una biblioteca pública en el arzobispado, la reconstrucción del Alcázar para albergar la Casa de Caridad, la creación de un museo de antigüedades, un gabinete de historia natural, la remodelación del Miradero y de la Vega, la creación de la Real Universidad de Toledo (el conocido como Palacio de Lorenzana en la plaza de San Vicente), la remodelación del Palacio Arzobispal, la construcción del hospital del Nuncio Nuevo (actual sede de la Consejería de Economía y Hacienda de la Junta), renovación de la Catedral  y numerosas obras de mecenazgo más.

Una gran amistad unía a estos dos personajes ilustrados, y, para engrandecer las obras de mejora que el Cardenal estaba realizando en la ciudad, Ponz piensa que aquellas estatuas que se hayan guardadas en los sótanos del Palacio Real pueden servir para decorar estos nuevos espacios y cumplir además una labor didáctica. El mismo decide los emplazamientos y que reyes, vinculados a la ciudad, merecen este honor. Dando su conformidad Lorenzana, Ponz intercede ante el secretario de estado del rey Carlos III.

Ocho son las estatuas entregadas a petición de Ponz, tres reyes castellanos y cinco visigodos:
  • Alfonso VI y Alfonso VIII: a ambos lados de la Puerta de Bisagra.
  • Sisebuto y Sisenando: a la derecha de la Puerta del Cambrón.
  • Alfonso VII: a la salida del Puente de San Martín.
  • Wamba: al comienzo del Paseo de la Rosa.
  • Recesvinto y Recaredo: a ambos lados de la entrada principal del Alcázar.

Ninguna de las estatuas conserva su ubicación original. Repasaremos todas ellas y los hechos que hacen merecedores a estos reyes de sus estatuas en esta ciudad.

Plano con la ubicación actual de las estatuas.
Plano con la ubicación actual de las estatuas.

Semana Santa en Toledo

En esta entrada especial de Semana Santa, hemos querido transcribir un artículo que Gustavo Adolfo Bécquer publicó en la revista "El museo universal" del 28 de marzo de 1869, alabando la Semana Santa de Toledo incluso por encima de la de su Sevilla natal. Es curiosísimo leer este artículo y poder comprender los sentimientos e impresiones de hace más de 145 años.

El museo universal Núm. 13, Madrid 28 de marzo de 1869, Año XIII


El museo universal
El museo universal

"Al tratar de las solemnidades religiosas con que en estos días conmemora la Iglesia la pasión y muerte del Redentor del mundo, ocurren naturalmente los nombres de Toledo y Sevilla, ciudades ambas famosas, así en España como fuera de ella, por la magnificencia y el aparato que en sus templos y catedrales desplega el culto católico.

Algunos escritores, concentrándose particularmente a las ceremonias y cofradías de la Semana Santa, han intentado hacer comparaciones entre las de una y otra ciudad; pero lo cierto que, si bien en ellas puede hallarse un notabilísimo contraste, de ningún modo cabe la comparación: tan diverso es el espectáculo que ofrecen y el sello especial que las caracteriza.

Escenas de cine (XI): El nombre de la rosa

Con esta undécima escena de cine pretendo acercaros un poco más a esta genial adaptación de la novela de Umberto Eco, "El nombre de la rosa". Con una ambientación medieval, la trama transcurre en una abadía de monjes franciscanos situada al norte de Italia en la que muere por causas misteriosas el joven miniaturista Adelmo de Otranto. Para esclarecer los hechos, acuden Fray Guillermo de Baskerville y su discípulo, Adso de Melk, pero durante su estancia desaparecen y mueren otros monjes.

El nombre de la rosa
El nombre de la rosa

La historia está protagonizada por un gran Sean Connery, que se llevó varios premios por su interpretación. Sin más dejo la escena para que podáis disfrutar de un fragmento de la película, que sin duda espero que os abra el apetito para verla entera.
 
 

Monumentos de Toledo (VI): El Hospital de San Lázaro

Un poco más la izquierda de la Plaza de Toros, pero antes de llegar al Hospital Tavera, se hallan los restos del desaparecido Hospital de San Lázaro. Esta institución acogía enfermos de tiña, lepra y sarna, por lo que fue el motivo decisivo para la advocación de San Lázaro como patrono. Fundado a comienzos del siglo XVI por Juan Sánchez de Greviñón, criado de Fernán Pérez de Guzmán, quien también construyó la Iglesia en 1418.

El hospital era atendido por los cofrades de la Hermandad de las Angustias, atendía y curaba a casi cien niños y personas mayores "tan llenos de sarna y tiña que es horror grandísimo sollo vellos". Salían del hospital curados y alabando a Dios, y habilitados para diferentes oficios y con una excelente preparación religiosa y social, que demostraban en los lugares donde trabajaban. La enseñanza estaba dirigida por un rector eclesiástico que nombraba la Cámara de Castilla.

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