Toledo es una ciudad que no necesita adornos adicionales. Le
sobran detalles. Quizás por eso no ha sido frecuente en la historia de esta
ciudad la realización de esculturas destinadas a ser expuestas en las plazas y
calles del casco histórico.
La escultura ha sido tradicionalmente, desde el comienzo de
la civilización, un medio visual para contar la historia de una manera
entendible a la gente de bajo nivel cultural. Desde la civilización
mesopotámica hasta el antiguo Egipto, el poder de un rey o un dios se medía por
la grandeza de sus estatuas. Ya en el mundo griego y romano entra en una etapa
más artística y decorativa. Más tarde será la iglesia católica la que
continuará la devoción a esculturas de Cristos, Vírgenes y santos como medio de
hacer llegar la religión al pueblo en su mayoría analfabeto. Este mismo
espíritu de devoción a las estatuas por parte del pueblo es el medio que han
usado los reyes, junto con la pintura, para que su imagen de grandiosidad
perdure en el tiempo y sea venerada.
Un rey en España llevó esta máxima al extremo, rindiendo
homenaje a todos los reyes anteriores a él que en algún momento reinaron alguno
de los territorios de la corona en la Península Ibérica o en América, eso sí, salvo
alguna excepción, cristianos. Se trata del rey Fernando VI.
Bajo el reinado de Felipe V, el antiguo alcázar madrileño
sufre un desafortunado incendio el día de Nochebuena del 1734 que se prolonga
por cuatro días, reduciendo a cenizas el palacio histórico que tras sucesivas
reformas se había convertido en la sede de la corte española. El palacio no era
del agrado de Felipe V, por lo que tras el incendio se proyecta el nuevo
palacio de acuerdo a la corriente y moda de la época, que dan como resultado el
actual Palacio Real de Madrid, y cuyas obras se alargaron por casi veintisiete
años.
Con su hijo Fernando VI se acuerda la decoración de las
fachadas según proyecto de fray Martín Sarmiento. El proyecto contempla el
remate de los pedestales de la cornisa del palacio con las mencionadas
estatuas, desde el primer rey visigodo, Ataulfo, hasta sí mismo, incluyendo a
los reyes, y algunas reinas, visigodos, castellanos, aragoneses, navarros,
astures, leoneses,…
En total, más de cien esculturas que emplearon a casi todos los escultores del
Madrid de aquella época, realizadas en piedra caliza procedente de Colmenar
(Madrid), que fueron colocándose según se iban produciendo. Sin embargo, con la
llegada del nuevo monarca desde Nápoles, Carlos III, se ordena la retirada de
las estatuas y su sustitución por jarrones de piedra, confinándolas en uno de
los sótanos del palacio.
La relación de estas estatuas con Toledo comienza con D.
Antonio Ponz (1725-1792), un hombre ilustrado de la época con amplios
conocimientos humanísticos y artísticos, que llegó a ser elegido
académico de la Historia en 1773, y
Secretario de la
Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando en 1776. Fue famoso por documentar sus numerosos
viajes por España en “
Viage de España”
(17 tomos)
y por Europa, donde documenta
las obras artísticas y monumentos que va visitando por las diferentes ciudades
y pueblos.
En tiempo coincide con otro ilustrado muy relevante en la
historia de la ciudad, como es el Cardenal Lorenzana (1722-1804), quien tras
asumir la archidiócesis de Toledo (1772), trata de devolver algo de grandeza a
una decadente y postrada económicamente ciudad imperial. Obras suyas son la
creación de una biblioteca pública en el arzobispado, la reconstrucción del
Alcázar para albergar la Casa de Caridad, la creación de un museo de
antigüedades, un gabinete de historia natural, la remodelación del Miradero y
de la Vega, la creación de la Real Universidad de Toledo (el conocido como
Palacio de Lorenzana en la plaza de San Vicente), la remodelación del Palacio
Arzobispal, la construcción del hospital del Nuncio Nuevo (actual sede de la
Consejería de Economía y Hacienda de la Junta), renovación de la Catedral y numerosas obras de mecenazgo más.
Una gran amistad unía a estos dos personajes ilustrados, y,
para engrandecer las obras de mejora que el Cardenal estaba realizando en la
ciudad, Ponz piensa que aquellas estatuas que se hayan guardadas en los sótanos
del Palacio Real pueden servir para decorar estos nuevos espacios y cumplir
además una labor didáctica. El mismo decide los emplazamientos y que reyes,
vinculados a la ciudad, merecen este honor. Dando su conformidad Lorenzana,
Ponz intercede ante el secretario de estado del rey Carlos III.
Ocho son las estatuas entregadas a petición de Ponz, tres reyes castellanos y cinco visigodos:
- Alfonso VI y Alfonso VIII: a ambos lados de la Puerta de Bisagra.
- Sisebuto y Sisenando: a la derecha de la Puerta del Cambrón.
- Alfonso VII: a la salida del Puente de San Martín.
- Wamba: al comienzo del Paseo de la Rosa.
- Recesvinto y Recaredo: a ambos lados de la entrada principal del Alcázar.
Ninguna de las estatuas conserva su ubicación original.
Repasaremos todas ellas y los hechos que hacen merecedores a estos reyes de sus
estatuas en esta ciudad.
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Plano con la
ubicación actual de las estatuas. |